domingo, 11 de mayo de 2014

Don Álvaro o la fuerza del sino


Don Álvaro o la fuerza del sino, estrenado en 1835, de Ángel de Saavedra (el Duque de Rivas, 1791-1865).

 
Resumen: Don Álvaro, joven de origen desconocido, lleno de virtudes, valiente y rico, llega a Sevilla y se enamora de Leonor, hija del soberbio marqués de Calatrava quien se opone al matrimonio, por lo cual don Álvaro convence a su amada para huir y casarse con él. La misma noche en que se disponen a consumar sus planes, los enamorados son sorprendidos por el marqués. Don Álvaro rinde su pistola en señal de sumisión y acatamiento, pero el arma se dispara accidentalmente. El marqués cae herido y muere maldiciendo a su hija. Los jóvenes huyen, pero en el camino los criados de ambos bandos se traban en combate. Don Álvaro es herido gravemente y pierde el sentido, pero un sirviente suyo, lo salva y lleva a lugar seguro. Álvaro se alista en la armada, bajo nombre fingido, y parte a Italia a buscar la muerte. Su temeridad en el combate le convierte pronto en un héroe. Gracias a ella traba amistad con don Carlos, hermano de Leonor, aunque ninguno conoce la verdadera identidad del otro.




 
Jose Ignacio Prieto del Pico. Desesperación (2008) 

Nos toca analizar primero los sentimientos en el monólogo de Don Álvaro en la escena III de la jornada III. Es el momento en que Don Álvaro está en Italia en la ciudad de Veletri en una selva “en una noche muy oscura”.

 

DON ÁLVARO: (solo)

¡Qué carga tan insufrible
es el ambiente vital
para el mezquino mortal
que nace en signo terrible!
¡Qué eternidad tan horrible
la breve vida! Este mundo,
¡qué calabozo profundo,
para el hombre desdichado,
a quién mira el cielo airado
con su ceño furibundo!
Parece, sí, que a medida
que es más dura y más amarga
más extiende, más alarga
el destino nuestra vida.
Si nos está concedida
sólo para padecer,
y debe muy breve ser
la del feliz, como en pena
de que su objeto no llena,
¡terrible cosa es nacer!
Al que tranquilo, gozoso,
vive entre aplausos y honores,
y de inocentes amores
apura el cáliz sabroso,
cuando es más fuerte y brioso,
la muerte sus dichas huella,
sus venturas atropella;
y yo, que infelice soy;
yo, que buscándola voy,
no puedo encontrar con ella.
Mas, ¿cómo la he de obtener,
¡ desventurado de mí!,
pues cuando infeliz nací,
nací para envejecer?
Si aquel día de placer
(que uno solo he disfrutado),
fortuna hubiese fijado,
¡Cuán pronto muerte precoz
con su guadaña feroz
mi cuello hubiera segado!

Para engalanar mi frente,
allá en la abrasada zona,
con la espléndida corona
del imperio de Occidente,
amor y ambición ardiente
935
me engendraron de concierto;
pero con tal desacierto,
con tan contraria Fortuna,
que una cárcel fue mi cuna
y fue mi escuela el desierto.
940
Entre bárbaros crecí,
y en la edad de la razón,
a cumplir la obligación
que un hijo tiene, acudí;
mi nombre ocultando, fui
945
(que es un crimen) a salvar
la vida, y así pagar
a los que a mí me la dieron,
que un trono soñando vieron
y un cadalso al despertar.
950
Entonces, risueño un día,
uno solo, nada más,
me dio el destino, quizás
con la intención más impía.
Así en la cárcel sombría
955
mete una luz el sayón,
con la tirana intención
de que un punto el preso vea
el horror que le rodea
en su espantosa mansión.
960
¡Sevilla! ¡Guadalquivir!
¡Cuál atormentáis mi mente!...
¡Noche en que vi de repente
mis breves dichas huir!...
¡Oh, qué carga es el vivir!
965
¡Cielos, saciad el furor!
Socórreme, mi Leonor,
gala del suelo andaluz,
que ya eres ángel de luz
junto al trono del Señor.
970
Mírame desde tu altura
sin nombre en extraña tierra,
empeñado en una guerra
por ganar mi sepultura.
¿Qué me importa, por ventura,
975
que triunfe Carlos o no?
¿Qué tengo de Italia en pro?
¿Qué tengo? ¡Terrible suerte!
Que en ella reina la muerte,
y a la muerte busco yo.
980
¡Cuánto, oh Dios, cuánto se engaña
el que elogia mi ardor ciego,
viéndome siempre en el fuego
de esta extranjera campaña!
Llámanme la prez de España,
985
y no saben que mi ardor
sólo es falta de valor,
pues busco ansioso el morir
por no osar el resistir
de los astros el furor.
990
Si el mundo colma de honores
al que mata a su enemigo,
el que lo lleva consigo,
¿por qué no puede...?

 

 

Este monólogo de Don Álvaro nos da a conocer sus sentimientos más profundos.

Podemos empezar diciendo que la escena pasa de noche en una selva muy oscura lo que da cierto tenebrismo al comenzar la escena o sea que nos pone en un ambiente de tristeza, de angustia y de muerte. Sabemos desde el principio que Don Álvaro está atormentado.

 

En este monólogo, Don Álvaro expone por primera vez su concepto pesimista de la vida. Una vez separado de Leonor, la existencia carece de sentido. Únicamente la muerte deliberada empieza a revelarse como una solución.

Se lamenta del dolor y falta de sentido de la vida y en él se queja de lo mal que le han tratado la vida y el destino.

 

Podemos ver su estado con la ayuda de varios procedimientos estilísticos: podemos notar las numerosas exclamaciones que son continuas y nos hacen ver ese estado de terrible agitación que embarga al personaje “¡Qué carga […]!”, “¡Qué eternidad […]!, “¡Qué calabozo[…]!”.

También aparece en este monólogo el campo lexical de los sentimientos y emociones que es muy negativo: “furibundo”, “infelice”, “horrible”, “mortal”.

 

El autor utiliza también personificaciones de la Muerte y del Cielo: cuando dice que “La Muerte sus dichas huellas”; o cuando la compara con un segador que “con su guadaña feroz/ mi cuello hubiese segado”.

También se personifica al Cielo que aparece mirando al mortal con “su ceño furibundo”. Así se consigue un mayor efecto dramático. Además insiste en que el cielo parece jugar con la vida de los seres humanos de tal manera que a quien está feliz en este mundo, le acorta la vida y, por el contrario, a quien es desdichado y busca la muerte, se la alarga.

Aquí está entonces otro sentimiento: el de la injusticia ya que a uno quien busca la muerte, el destino le alarga la vida, al que quiere vivir, el cielo lo mata.

 

El personaje da por seguro que si su felicidad hubiera durado más, su destino hubiera sido morir. Esta paradoja expresa perfectamente lo absurdo de la existencia para don Álvaro. Al final sólo busca la muerte:

“Al que tranquilo, gozoso,
vive entre aplausos y honores,
y de inocentes amores
apura el cáliz sabroso,
cuando es más fuerte y brioso,
la muerte sus dichas huella,
sus venturas atropella;
y yo, que infelice soy;
yo, que buscándola voy,
no puedo encontrar con ella.”

 

Se considera como uno de los que han nacido para ser desdichados pero no encuentra la muerte aunque la desea y habla de que solamente ha disfrutado de un día de placer en su vida:

“Si aquel día de placer
(que uno solo he disfrutado),
fortuna hubiese fijado,
¡Cuán pronto muerte precoz
con su guadaña feroz
mi cuello hubiera segado”

 

Al final, la existencia misma se convierte en cárcel para Don Álvaro. Este es uno de los pensamientos centrales del monólogo: “qué calabozo”, “una cárcel fue mi cuna” (“furor de los cielos” que desde su nacimiento lo ha atormentado, subraya una vez más este rasgo de desdichado que tiene el protagonista).

 

El recuerdo de su amada Leonor es también una de las causas de su desesperación: la llama, recuerda la tierra en que la conoció.

 

En conclusión vemos que para Don Álvaro la vida no tiene sentido, es insoportable y que la única solución es el suicidio. Aparece el yo angustiado: Don Álvaro confiesa su imposibilidad de ser feliz y su frustración porque espera a la Muerte que no viene por ser desdichado.

 

 

Ahora vamos a comentar el monólogo de Don Carlos, en la escena VIII de la misma jornada.

Entre ambas escenas, Don Álvaro salvó la vida de Don Carlos, el hermano de Leonor, y más tarde Don Carlos le salvó la vida a Don Álvaro en el campo de batalla y cuando parecía que Don Álvaro iba a morir, se recupera milagrosamente.

Al creer que iba a morir Don Álvaro encargó a Don Carlos de quemar una caja suya.

Pero durante todo este tiempo los dos hombres no se reconocieron ya que Don Álvaro se presentó como Don Fadrique de Herreros  y Don Carlos como Don Félix de Avendaña.

Aquí estamos cuando Don Carlos está a punto de abrir la caja:

 

(Se acerca a la maleta, la abre precipitado, y saca la caja poniéndola sobre la mesa.) 
Salid, caja misteriosa,
del destino urna fatal,
a quien con sudor mortal
toca mi mano medrosa;
1255
me impide abrirte el temblor
que me causa el recelar
que en tu centro voy hallar
los pedazos de mi honor.
 (Resuelto y abriendo.) 
Mas no, que en ti mi esperanza,
1260
la luz, que me da el destino,
está para hallar camino
que me lleve a la venganza.
 (Abre y saca un legajo sellado.) 
Ya el legajo tengo aquí.
¿Qué tardo el sello en romper?...
1265
 (Se contiene.) 
¡Oh cielos! ¿Qué voy a hacer?
¿Y la palabra que di?
Mas si la suerte me da
tan inesperado medio
de dar a mi honor remedio,
1270
el perderlo ¿qué será?
Si a Italia sólo he venido
a buscar al matador
de mi padre y de mi honor,
con nombre y porte fingido,
1275
¿qué importa que el pliego abra,
si lo que vine a buscar
a Italia, voy a encontrar?...
Pero, no; di mi palabra.
Nadie, nadie aquí lo ve...
1280
¡Cielos, lo estoy viendo yo!
Mas si él mi vida salvó,
también la suya salvé.
Y si es el infame indiano,
el seductor asesino,
1285
¿no es bueno cualquier camino
por donde venga a mi mano?
Rompo esta cubierta, sí,
pues nadie lo ha de saber...
Mas, ¡cielos!, ¿qué voy a hacer?
1290
¿Y la palabra que di?
 (Suelta el legajo.) 
No, jamás. ¡Cuán fácilmente
nos pinta nuestra pasión
una infame y vil acción
como acción indiferente!
1295
A Italia vine anhelando
mi honor manchado lavar.
¿Y mi empresa he de empezar
el honor amancillando?
Queda, ¡oh secreto!, escondido,
1300
si en este legajo estás,
que un medio infame, jamás
lo usa el hombre bien nacido.
 (Registrando la maleta.) 
Si encontrar aquí pudiera
algún otro abierto indicio
1305
que, sin hacer perjüicio
a mi opinión, me advirtiera...
 (Sorprendido.) 
¡Cielos!... Lo hay... Esta cajilla,
 (Saca una cajita como de retrato.)  
que algún retrato contiene.
 (Reconociéndola.)  
Ni sello ni sobre tiene,
1310
tiene sólo una aldabilla.
Hasta sin ser indiscreto
reconocerla me es dado;
nada de ella me han hablado,
ni rompo ningún secreto.
1315
Ábrola, pues, en buen hora,
aunque un basilisco vea,
aunque para el mundo sea
caja fatal de Pandora.
 (La abre, y exclama muy agitado.) 
¡Cielos!.. No... no me engañé,
1320
esta es mi hermana Leonor...
¿Para qué prueba mayor?...
Con la más clara encontré.
Ya está todo averiguado:
Don Álvaro es el herido.
1325
Brújula el retrato ha sido
que mi norte me ha marcado.
¿Y a la infame... -me atribulo-,
con él en Italia tiene?...
Descubrirlo me conviene
1330
con astucia y disimulo.
¡Cuán feliz será mi suerte
si la venganza y castigo
sólo de un golpe consigo,
a los dos dando la muerte!...
1335
Mas... ¡ah!..., no me precipite
mi honra, cielos, ofendida.
Guardad a este hombre la vida
para que yo se la quite.

 
En su monólogo, Don Carlos empieza preguntando porque el nombre de “Calatrava” (ciudad de su padre) horrorizó a Don Álvaro y duda en su posible identidad: “será un hidalgo andaluz”, “podrá ser éste el traidor”.

Comienza así un conflicto interno: quiere abrir la caja para averiguar lo que hay y si algo sobre su hermana puede ayudarle y devolverle su honor perdido pero no quiere abrirla por su promesa de gratitud y amistad hacia Don Álvaro:

 

“me impide abrirte el temblor
que me causa el recelar
que en tu centro voy hallar
los pedazos de mi honor.”
 
“¡Oh cielos! ¿Qué voy a hacer?
¿Y la palabra que di?”

 

El conflicto se puede ver a través de muchas exclamaciones y preguntas retóricas. Intenta razonarse pero siente que al abrir la caja, encontrará algo que le va a ayudar.

El campo lexical del enojo es omnipresente en las palabras de Don Carlos: “venganza”, “infame indiano” “seductor asesino”, “infamia”, “sangre deshonor” como si supiera de antemano que Don Fadrique era Don Álvaro.

Acaba por abrirla descubriendo un retrato de su hermana, lo que le permite saber la verdad sobre la identidad de Don Fadrique.

El último trozo de su monólogo nos da a entender su estupor pero también la fuerza del destino que lo ha guiado hasta aquí, no fue por casualidad para él: “Brújula el retrato ha sido que mi norte me ha marcado”.

 

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