Don Álvaro o
la fuerza del sino, estrenado en 1835, de Ángel de Saavedra (el Duque de Rivas, 1791-1865).
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Jose Ignacio Prieto del Pico. Desesperación (2008) |
Nos
toca analizar primero los sentimientos en el monólogo de Don Álvaro en la
escena III de la jornada III. Es el momento en que Don Álvaro está en Italia en
la ciudad de Veletri en una selva “en una noche muy oscura”.
DON
ÁLVARO: (solo)
¡Qué carga tan insufrible
es el ambiente vital
para el mezquino mortal
que nace en signo terrible!
¡Qué eternidad tan horrible
la breve vida! Este mundo,
¡qué calabozo profundo,
para el hombre desdichado,
a quién mira el cielo airado
con su ceño furibundo!
Parece, sí, que a medida
que es más dura y más amarga
más extiende, más alarga
el destino nuestra vida.
Si nos está concedida
sólo para padecer,
y debe muy breve ser
la del feliz, como en pena
de que su objeto no llena,
¡terrible cosa es nacer!
Al que tranquilo, gozoso,
vive entre aplausos y honores,
y de inocentes amores
apura el cáliz sabroso,
cuando es más fuerte y brioso,
la muerte sus dichas huella,
sus venturas atropella;
y yo, que infelice soy;
yo, que buscándola voy,
no puedo encontrar con ella.
Mas, ¿cómo la he de obtener,
¡ desventurado de mí!,
pues cuando infeliz nací,
nací para envejecer?
Si aquel día de placer
(que uno solo he disfrutado),
fortuna hubiese fijado,
¡Cuán pronto muerte precoz
con su guadaña feroz
mi cuello hubiera segado!
¡Qué carga tan insufrible
es el ambiente vital
para el mezquino mortal
que nace en signo terrible!
¡Qué eternidad tan horrible
la breve vida! Este mundo,
¡qué calabozo profundo,
para el hombre desdichado,
a quién mira el cielo airado
con su ceño furibundo!
Parece, sí, que a medida
que es más dura y más amarga
más extiende, más alarga
el destino nuestra vida.
Si nos está concedida
sólo para padecer,
y debe muy breve ser
la del feliz, como en pena
de que su objeto no llena,
¡terrible cosa es nacer!
Al que tranquilo, gozoso,
vive entre aplausos y honores,
y de inocentes amores
apura el cáliz sabroso,
cuando es más fuerte y brioso,
la muerte sus dichas huella,
sus venturas atropella;
y yo, que infelice soy;
yo, que buscándola voy,
no puedo encontrar con ella.
Mas, ¿cómo la he de obtener,
¡ desventurado de mí!,
pues cuando infeliz nací,
nací para envejecer?
Si aquel día de placer
(que uno solo he disfrutado),
fortuna hubiese fijado,
¡Cuán pronto muerte precoz
con su guadaña feroz
mi cuello hubiera segado!
Para engalanar mi
frente,
|
|
allá en la abrasada zona,
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con la espléndida
corona
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del imperio de
Occidente,
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amor y ambición
ardiente
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935
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me engendraron de
concierto;
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pero con tal
desacierto,
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con tan contraria
Fortuna,
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que una cárcel fue mi cuna
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y fue mi escuela el desierto.
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940
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Entre bárbaros
crecí,
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y en la edad de la razón,
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a cumplir la
obligación
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que un hijo tiene, acudí;
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mi nombre
ocultando, fui
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945
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(que es un crimen) a salvar
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la vida, y así pagar
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a los que a mí me la dieron,
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que un trono soñando vieron
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y un cadalso al despertar.
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950
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Entonces, risueño
un día,
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uno solo, nada
más,
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me dio el destino, quizás
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con la intención más impía.
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Así en la cárcel sombría
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955
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mete una luz el sayón,
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con la tirana
intención
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de que un punto el preso vea
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el horror que le rodea
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en su espantosa
mansión.
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960
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¡Sevilla!
¡Guadalquivir!
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¡Cuál atormentáis
mi mente!...
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¡Noche en que vi
de repente
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mis breves dichas
huir!...
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¡Oh, qué carga es el vivir!
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965
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¡Cielos, saciad
el furor!
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Socórreme, mi Leonor,
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gala del suelo
andaluz,
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que ya eres ángel de luz
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junto al trono del Señor.
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970
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Mírame desde tu
altura
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sin nombre en extraña tierra,
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empeñado en una
guerra
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por ganar mi
sepultura.
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¿Qué me importa, por ventura,
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975
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que triunfe Carlos o no?
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¿Qué tengo de Italia en pro?
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¿Qué tengo?
¡Terrible suerte!
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Que en ella reina la muerte,
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y a la muerte busco yo.
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980
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¡Cuánto, oh Dios, cuánto se engaña
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el que elogia mi ardor ciego,
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viéndome siempre en el fuego
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de esta
extranjera campaña!
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Llámanme la prez de España,
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985
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y no saben que mi ardor
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sólo es falta de valor,
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pues busco ansioso el morir
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por no osar el resistir
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de los astros el furor.
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990
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Si el mundo colma de honores
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al que mata a su enemigo,
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el que lo lleva consigo,
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|
¿por qué no
puede...?
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Este monólogo de Don Álvaro nos da a conocer
sus sentimientos más profundos.
Podemos empezar diciendo que la escena pasa
de noche en una selva muy oscura lo que da cierto tenebrismo al comenzar la
escena o sea que nos pone en un ambiente de tristeza, de angustia y de muerte.
Sabemos desde el principio que Don Álvaro está atormentado.
En este monólogo, Don Álvaro expone por
primera vez su concepto pesimista de la vida. Una vez separado de Leonor, la
existencia carece de sentido. Únicamente la muerte deliberada empieza a revelarse
como una solución.
Se lamenta del dolor y falta de sentido de la
vida y en él se queja de lo mal que le han tratado la vida y el destino.
Podemos ver su estado con la ayuda de varios
procedimientos estilísticos: podemos notar las numerosas exclamaciones que son
continuas y nos hacen ver ese estado de terrible agitación que embarga al
personaje “¡Qué carga […]!”, “¡Qué eternidad […]!, “¡Qué calabozo[…]!”.
También aparece en este monólogo el campo
lexical de los sentimientos y emociones que es muy negativo: “furibundo”,
“infelice”, “horrible”, “mortal”.
El autor utiliza también personificaciones de
la Muerte y del Cielo: cuando dice que “La Muerte sus dichas huellas”; o cuando
la compara con un segador que “con su guadaña feroz/ mi cuello hubiese segado”.
También se personifica al Cielo que aparece
mirando al mortal con “su ceño furibundo”. Así se consigue un mayor efecto
dramático. Además insiste en que el cielo parece jugar con la vida de los seres
humanos de tal manera que a quien está feliz en este mundo, le acorta la vida
y, por el contrario, a quien es desdichado y busca la muerte, se la alarga.
Aquí está entonces otro sentimiento: el de la
injusticia ya que a uno quien busca la muerte, el destino le alarga la vida, al
que quiere vivir, el cielo lo mata.
El personaje da por seguro que si su
felicidad hubiera durado más, su destino hubiera sido morir. Esta paradoja
expresa perfectamente lo absurdo de la existencia para don Álvaro. Al final
sólo busca la muerte:
“Al
que tranquilo, gozoso,
vive entre aplausos y honores,
y de inocentes amores
apura el cáliz sabroso,
cuando es más fuerte y brioso,
la muerte sus dichas huella,
sus venturas atropella;
y yo, que infelice soy;
yo, que buscándola voy,
no puedo encontrar con ella.”
vive entre aplausos y honores,
y de inocentes amores
apura el cáliz sabroso,
cuando es más fuerte y brioso,
la muerte sus dichas huella,
sus venturas atropella;
y yo, que infelice soy;
yo, que buscándola voy,
no puedo encontrar con ella.”
Se considera como uno de los que han nacido
para ser desdichados pero no encuentra la muerte aunque la desea y habla de que
solamente ha disfrutado de un día de placer en su vida:
“Si
aquel día de placer
(que uno solo he disfrutado),
fortuna hubiese fijado,
¡Cuán pronto muerte precoz
con su guadaña feroz
mi cuello hubiera segado”
(que uno solo he disfrutado),
fortuna hubiese fijado,
¡Cuán pronto muerte precoz
con su guadaña feroz
mi cuello hubiera segado”
Al final, la existencia misma se convierte en
cárcel para Don Álvaro. Este es uno de los pensamientos centrales del monólogo:
“qué calabozo”, “una cárcel fue mi cuna” (“furor de los cielos” que desde su
nacimiento lo ha atormentado, subraya una vez más este rasgo de desdichado que
tiene el protagonista).
El recuerdo de su amada Leonor es también una
de las causas de su desesperación: la llama, recuerda la tierra en que la
conoció.
En conclusión vemos que para Don Álvaro la
vida no tiene sentido, es insoportable y que la única solución es el suicidio. Aparece
el yo angustiado: Don Álvaro confiesa su imposibilidad de ser feliz y su
frustración porque espera a la Muerte que no viene por ser desdichado.
Ahora vamos a
comentar el monólogo de Don Carlos, en la escena VIII de la misma jornada.
Entre ambas escenas, Don Álvaro salvó la vida de Don Carlos, el
hermano de Leonor, y más tarde Don Carlos le salvó la vida a Don Álvaro en el
campo de batalla y cuando parecía que Don Álvaro iba a morir, se recupera
milagrosamente.
Al creer que iba a morir Don Álvaro encargó a
Don Carlos de quemar una caja suya.
Pero durante todo este tiempo los dos hombres
no se reconocieron ya que Don Álvaro se presentó como Don Fadrique de
Herreros y Don Carlos como Don Félix de
Avendaña.
Aquí estamos cuando Don Carlos está a punto
de abrir la caja:
(Se
acerca a la maleta, la abre precipitado, y saca la caja poniéndola sobre la
mesa.)
|
|
Salid, caja misteriosa,
|
|
del destino urna fatal,
|
|
a quien con sudor mortal
|
|
toca mi mano medrosa;
|
1255
|
me impide abrirte el temblor
|
|
que me causa el recelar
|
|
que en tu centro voy hallar
|
|
los pedazos de mi honor.
|
|
(Resuelto y
abriendo.)
|
|
Mas no, que en ti mi esperanza,
|
1260
|
la luz, que me da el destino,
|
|
está para hallar camino
|
|
que me lleve a la venganza.
|
|
(Abre
y saca un legajo sellado.)
|
|
Ya el legajo tengo aquí.
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|
¿Qué tardo el sello en romper?...
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1265
|
(Se
contiene.)
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|
¡Oh cielos! ¿Qué voy a hacer?
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|
¿Y la palabra que di?
|
|
Mas si la suerte me da
|
|
tan inesperado medio
|
|
de dar a mi honor remedio,
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1270
|
el perderlo ¿qué será?
|
|
Si a Italia sólo he venido
|
|
a buscar al matador
|
|
de mi padre y de mi honor,
|
|
con nombre y porte fingido,
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1275
|
¿qué importa que el pliego abra,
|
|
si lo que vine a buscar
|
|
a Italia, voy a encontrar?...
|
|
Pero, no; di mi palabra.
|
|
Nadie, nadie aquí lo ve...
|
1280
|
¡Cielos, lo estoy viendo yo!
|
|
Mas si él mi vida salvó,
|
|
también la suya salvé.
|
|
Y si es el infame indiano,
|
|
el seductor asesino,
|
1285
|
¿no es bueno cualquier camino
|
|
por donde venga a mi mano?
|
|
Rompo esta cubierta, sí,
|
|
pues nadie lo ha de saber...
|
|
Mas, ¡cielos!, ¿qué voy a hacer?
|
1290
|
¿Y la palabra que di?
|
|
(Suelta el
legajo.)
|
|
No, jamás. ¡Cuán fácilmente
|
|
nos pinta nuestra pasión
|
|
una infame y vil acción
|
|
como acción indiferente!
|
1295
|
A Italia vine anhelando
|
|
mi honor manchado lavar.
|
|
¿Y mi empresa he de empezar
|
|
el honor amancillando?
|
|
Queda, ¡oh secreto!, escondido,
|
1300
|
si en este legajo estás,
|
|
que un medio infame, jamás
|
|
lo usa el hombre bien nacido.
|
|
(Registrando la
maleta.)
|
|
Si encontrar aquí pudiera
|
|
algún otro abierto indicio
|
1305
|
que, sin hacer perjüicio
|
|
a mi opinión, me advirtiera...
|
|
(Sorprendido.)
|
|
¡Cielos!... Lo hay... Esta cajilla,
|
|
(Saca
una cajita como de retrato.)
|
|
que algún retrato contiene.
|
|
(Reconociéndola.)
|
|
Ni sello ni sobre tiene,
|
1310
|
tiene sólo una aldabilla.
|
|
Hasta sin ser indiscreto
|
|
reconocerla me es dado;
|
|
nada de ella me han hablado,
|
|
ni rompo ningún secreto.
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1315
|
Ábrola, pues, en buen hora,
|
|
aunque un basilisco vea,
|
|
aunque para el mundo sea
|
|
caja fatal de Pandora.
|
|
(La
abre, y exclama muy agitado.)
|
|
¡Cielos!.. No... no me engañé,
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1320
|
esta es mi hermana Leonor...
|
|
¿Para qué prueba mayor?...
|
|
Con la más clara encontré.
|
|
Ya está todo averiguado:
|
|
Don Álvaro es el herido.
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1325
|
Brújula el retrato ha sido
|
|
que mi norte me ha marcado.
|
|
¿Y a la infame... -me atribulo-,
|
|
con él en Italia tiene?...
|
|
Descubrirlo me conviene
|
1330
|
con astucia y disimulo.
|
|
¡Cuán feliz será mi suerte
|
|
si la venganza y castigo
|
|
sólo de un golpe consigo,
|
|
a los dos dando la muerte!...
|
1335
|
Mas... ¡ah!..., no me precipite
|
|
mi honra, cielos, ofendida.
|
|
Guardad a este hombre la vida
|
|
para que yo se la quite.
|
Comienza así un conflicto interno: quiere
abrir la caja para averiguar lo que hay y si algo sobre su hermana puede
ayudarle y devolverle su honor perdido pero no quiere abrirla por su promesa de
gratitud y amistad hacia Don Álvaro:
“me impide abrirte el temblor
|
que me causa el recelar
|
que en tu centro voy hallar
|
los pedazos de mi honor.”
|
“¡Oh cielos! ¿Qué voy a hacer?
|
¿Y la palabra que di?”
|
El conflicto se puede ver a través de muchas
exclamaciones y preguntas retóricas. Intenta razonarse pero siente que al abrir
la caja, encontrará algo que le va a ayudar.
El campo lexical del enojo es omnipresente en
las palabras de Don Carlos: “venganza”, “infame indiano” “seductor asesino”, “infamia”,
“sangre deshonor” como si supiera de antemano que Don Fadrique era Don Álvaro.
Acaba por abrirla descubriendo un retrato de
su hermana, lo que le permite saber la verdad sobre la identidad de Don Fadrique.
El último trozo de su monólogo nos da a
entender su estupor pero también la fuerza del destino que lo ha guiado hasta
aquí, no fue por casualidad para él: “Brújula el retrato ha sido que mi norte
me ha marcado”.
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